169. Juego por Campera

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Esa noche, Fabricio y Rafael fueron a devolverme el juego y a cambiarlo por la campera que tenía de Felipe. Todo sucedió en menos de cinco minutos, en menos de lo que tarda un cigarrillo en consumirse y fue suficiente como para darme cuenta que Rafael no estaba para nada feliz con mi nueva alianza con su novio. Y también fue suficiente para darme cuenta que dicho novio no lo estaba poniendo al tanto de la situación como yo esperaba.

Cuando volví a casa después de dejar a Ana y debatir sobre la rara reunión en el Café donde nos encontramos con el resto del elenco femenino de nuestra vida, decidí mandarle un mensaje a Fabricio.

YO: ¿Hoy vienes?

Al rato, respondió.

FABRICIO: Pasaré por tu casa en unos minutos. No respondas porque Rafael lo leerá.

Genial. ¿Y esto? ¿Por qué Rafael no podía leer un mensaje mío? ¿Por qué estaba siendo tan imbécil de ocultarle información?

Unos diez minutos después, Rafael y Fabricio se encontraban en la vereda de mi casa.

No hubo mucha conversación, pues se notaba que la mirada de Rafael no era precisamente una que auspiciara que quería entablar una amistad allí. Fabricio propuso un día encontrarnos a tomar algo y luego se marcharon.

Esa noche, por MSN, Fabricio me contó lo que sucedió.

FABRICIO: Es que Rafael no sabe la confianza que tú y yo nos tenemos. No se la supe explicar a tiempo con todo el tema de contarle que sabía que su hermano hablaba mal de mí y entonces dejé pasar el momento. Por eso se sorprendió que ahora tengamos que llevarte el juego.

YO: ¿Y cómo fue eso de buscar el juego?

FABRICIO: Yo quería hacerlo sin que Felipe se enterara, pero cuando fuimos a la casa, resulta ser que no encontramos el juego, por lo que tuvimos que esperar a que regresara. Cuando se lo pedimos, me lo dio y lo único que me dijo fue "dile que me devuelva la campera".

Quedaba solamente esperar a saber cuál sería la reacción de Felipe al hablarme ahora que sabe que Fabricio y yo tenemos un vínculo. No sabía si se iba a enojar o si iba a tratarme bien, pero al menos había logrado mi objetivo: molestarlo.

Estaba convencido que aquella actitud le habría hecho hervir la sangre.

Lo único lamentable fue que tuve que devolver esa campera que tanto yo quería.