173. Los Vidrios Rotos

domingo, 8 de febrero de 2009

Hace unos meses atrás, cuando todo el mundo odiaba que Emilce circule por la ciudad, ella hacía más méritos todavía para que haya justificaciones lógicas ante esta conducta.

Un día, cuando estaban cerrando el Ciber donde Tobías atendía, quiso ayudarlo a cerrar una reja y por error terminó explotando una de las puertas de vidrio que el muchacho tiene que pagar mes por mes.

Su jefe le ha reducido el sueldo y hasta que la puerta de vidrio no esté saldada, Tobías debía trabajar practicamente por lo que él mismo denomina "El Salario más Pobre de la Cuadra".

Cuando la noche seguía adentrando, Jessica salió de trabajar y gracias a Emilio se unió a la fiesta donde era la única mujer entre todo aquél grupo.

- Mañana enviaré mensajes avisándoles a todos donde es la fiesta si es que encuentro un salón - dijo ella. - Sino, creo que podremos copiar la idea de Lucas y citar a todos en algún lugar para tomar algo.

- Creo que tal vez sería lo que más te conviene - opiné. - Sobretodo porque la otra parte interesada en la fiesta no es que esté muy preocupada por ayudarte.

Miramos que en ese momento Lucas se reencontraba con sus compañeros de trabajo, que habían llegado allí por casualidad y se sumaron a la multitud de gente de pie en las aceras de un bar de moda.

Cuando se hicieron las 4 de la mañana, Tobías recordó que debía trabajar temprano al día siguiente por lo que me ofrecí a llevarlo y, aprovechando el momento, me retiraría yo también.

Me fui a dormir sin saber que justo en esos tiempos, tres accidentes estarían llevando a cabo.

Uno de ellos sucedería cuando Emilio y Jessica se despedían de Pablo y seguían su rumbo hacia su casa. Un fuerte viento pegó en el rostro de Emilio por culpa de la motocicleta y esto le obligó a cerrar los ojos por un momento. Para cuando los volvió a abrir, Jessica y él se hayaban en el piso por haber chocado contra el cordón de la vereda. Los dos se levantaron y prosiguieron como si nada.

El segundo accidente fue el que se encontró Pablo cuando regresó a su casa y su madre le gritó preocupada que su hermano había chocado contra un colectivo, en el centro. Se fue en su moto de nuevo para allí, sólo para descubrir a la otra moto en el piso y a su hermano en una acera con cuello hortopédico. De más está decir que el interés de Pablo decayó en la moto, más que en el hermano, y hasta se negó a llevárselo a casa para que aprendiera a manejarse solo por la vida. Los médicos y policías no vieron esta actitud de Pablo como algo responsable, por lo que el chico tuvo que llevarse a su hermano menor igual.

Pero el peor de todos los accidentes fue el que trajo consigo una muerte y un fin de semana muy triste.

Sucedió a las 2 de la mañana, casi a la misma hora en la que yo me encontraba hablando con Agustín y llevándolo a su casa a buscar dinero.

Yo no me enteré hasta el mediodía siguiente.

Una muerte llegaría a mi vida y de repente, las cosas no serían iguales.