184. Músculos

domingo, 8 de febrero de 2009

Después de esperar por mucho tiempo a que Lucas se decidiera asistir al gimnasio, me di cuenta que me iba a morir con un cuerpo deforme antes de que mi mejor amigo decidiera tomar un poco de riendas y hacer algo en la vida. Y cuando vi eso en frío, me pregunté por qué había caído en el cliché de esperar a que Lucas hiciera algo por la existencia humana cuando todo el mundo sabe que es un cuerpo que ocupa átomos en esta vida.

Así que me alié a otra persona, buena, igual de inútil pero al menos emprendedor a la hora de hacer las cosas: Pablo.

Así que mandamos un mensaje en general para todos y a las 9 de la noche nos citamos en el trabajo de Tobías para de allí salir todos juntos. Sorprendentemente, Lucas llegó también.

Había una cantidad bastante importante de gimnasios que estuvieran abiertos a esa hora y nos debatimos en una elección de cuál sería el que nos convenía.

Fuimos a uno donde la gente entraba y salía a toda velocidad.

- Me siento inhibido - comentó Tobías, enojado. - Mejor vamos a otro.

Yo me sentía igual, pero por dentro agradecía que fuera él el desubicado y el que se llevara de premio la mirada cínica de Pablo y Lucas.

- Hay uno que está frente a la casa de Morgan - comentó Pablo, en referencia a una amiga. - Creo que podemos ir ahí.

- ¿Y si vamos al que se encuentra frente a la casa de Morgan? - preguntó Tobías, que claramente no le estaba prestando atención a Pablo.

- Acabo de proponer eso - se quejó.

- O podemos ir al que está frente al valdío - propuso Tobías. - Es lejano. No va casi gente.

- Problemos mejor con el que está frente a la casa de Morgan que es el más cercano - acoté. - Si no nos agrada ese tampoco, vamos al del valdío.

Y así volvimos a partir los cuatro. Claro que Tobías nunca entendió a cuál nos referíamos y por error terminó primero en el de frente al valdío, por lo que Lucas, Pablo y yo estuvimos esperándolo afuera del gimnasio por más de 15 minutos.

- ¿Queda mal visto que esté fumando un cigarrillo frente a un gimnasio? - le pregunté a Lucas, mientras esperábamos.

Cuando finalmente apareció Tobías, resultó ser que estaba más infantil que nunca, porque se negó a hacer ejercicios y se conformaría con solamente mirarnos a nosotros hacerlos. Y cuando menos lo esperábamos, se fue.

La noche de gimnasio me costaría un dolor insoportable de brazos, dado que como el Personal Trainer nunca existió caí en las huestes de Pablo. Y vaya por Dios que consiguió que mis brazos explotaran, de un modo que no estaba muy lejos de ser literal.

No volví en toda la semana. No me moví mucho tampoco, y en algunas ocasiones puedo llegar a creer que lloré del dolor.