185. El Regreso de Luis

domingo, 8 de febrero de 2009

Me desperté esa noche de viernes totalmente cansado de estar encerrado todo el tiempo. El peso de luchar por intentar hacer el doble de trabajo que hacíamos con Ramiro y dar conferencias acerca de todas las personas que merodeaban intentando sacar alguna información sobre él, me fue desgastando tanto que el viernes por la noche me encontró de un malhumor muy impresionante.

Quería algo nuevo, algo diferente. Quería reírme.

Pero eso no me sucedería hasta el sábado, cuando Martha me invitaría a un Mega Evento donde asistiría con Susana también. Había tanta gente que parecíamos hormigas. Y de todas las personas del mundo que me podría encontrar, precisamente me vine a encontrar con una que entra en mi lista de las que no son mis favoritas.

- ¿Cómo estás? - me saludó Sebastián con una sonrisa. - Hace tanto tiempo que no sé de ti.

Había que destacar que por más que lo odiara con el alma, su sonrisa era algo digno del encanto de los dioses.

- ¿Qué ha sido de tu vida?

- Aquí estoy, me quedo por un par de meses en la ciudad así que seguramente nos veremos con frecuencia - prometió.

- Que bien - mentí.

- Tenía un par de materias para exponer, pero de cuatro el número se fue reduciendo a uno - continuó. - Así que no sé qué haré. Terminé con mi novia y ahora ya tengo otra.

- El tiempo borra todas las heridas.

- Exacto - sonrió. - Bien, te veo al rato.

Esa fue la última vez en toda la noche que nos hablamos. El resto eran un par de miradas divertidas y sonrisas falsas. Pero entonces, cuando ya pensé que me había olvidado de él y que nada más me relacionaría nunca con el sujeto creado por los dioses para que los humanos normales tengamos celos, apareció Luis.

Luis, quien aún continaba su relación con la hermana de Sebastián, me vio entre la multitud y me extendió la mano.

- Oye, tengo que felicitarte - me dijo, sonriendo.

- ¿Por qué?

- Me he enterado que saliste bien en los Exámenes Judiciales - continuó. - Media ciudad te envidia.

- Gracias - dije, pensando que esa información había pasado hace mil años.

- ¿Ya estás trabajando allí? - insistió.

- No - dije. - Ellos me llamarán sin me necesitan.

Nos sonreímos y nos hicimos un saludo al aire y cada cual siguió con su rumbo. Mientras yo me dedicaba a criticar a Martha por sus comentarios y ella se empeñaba en tratar a Susana de chica fácil, el resto de la noche Luis y yo sólo intercambiamos miradas y sonrisas.

- Me tratarás de loca - dijo Martha, susurrándome al oído. - Pero aquél muchacho de allí no deja de mirarte.

Sí, Martha estaba loca. Aquello era imposible. Y tras la locura que fue querer un imposible, no iba a someterme a nada similar nunca más.