187. Morgan y Ana

domingo, 8 de febrero de 2009

Morgan era una muchacha que, de vez en cuando se tomaba unas vacaciones de seis meses a la casa de su padrino, en Estados Unidos.

Era hija de un Pastor, y con tan sólo 18 años organizó todos los trámites para abrir su primera guardería.

Era una emprendedora imparable y totalmente entusiasta.

Por unas cosas del destino, conoció a un famoso cantante de una banda cristiana y, cuando el muchacho entró en procesos de divorcio porque su mujer vivía con otro hombre cuando él se iba por giras por América Latina, surgió el amor entre ellos.

Así que antes de marcharse a Estados Unidos, ella iba unos días antes a la ciudad principal para tomar el avión y se quedaba en su casa, a escondidas de los padres que pondrían el grito en el cielo en caso de que llegaran a enterarse.

- Así es que decido mudarme el año que viene a la ciudad donde vive él y, también claro, estudiar Comunicaciones - confesó la chica. - La decisión ya está tomada. Claro que mi carerra es en realidad el lev motive que me hace marcharme. Él solamente es un condimento para el pastel.

Nos encontrábamos en la tarde más calurosa del año, con Karen, quien se había recibido de Maestra Jardinera, cuando la casualidad del destino ha ocasionado que Morgan logre decir el dato en donde se refería a que iría a la misma ciudad donde Ana se mudaría el próximo año y estudiarían la misma carrera.

- Conozco a una chica que se muda a la misma ciudad que tú y que estudiará en la misma universidad - le dije a Ana, llamándola por teléfono. - Pensé que sería muy interesante que se pudieran conocer, así al menos tienes un rostro de tu edad cuando te mudes.

Ana aceptó encantada la idea y fui a buscarla.

Técnicamente, de todos modos nos íbamos a reunir esa tarde porque habíamos quedado con Fabricio y Rafael en tomar algo, pero como nunca confirmaron su presencia, tampoco me preocupé demasiado.

Resultó que Ana y Morgan pegaron una química apasionante y pronto serían las futuras mejores amigas, mientras que yo por el momento me concentraba en el día siguiente, donde sería el regreso de Ramiro.

- Tengo miedo de echarlo a perder - comenté. - Tengo esa habilidad de meter la pata.

- Entonces cócete la boca con un cordón - me aconsejó Ana. - O abróchatela. Por cierto, Morgan me cae bien. Lo cual es raro para ser alguno de tus amigos, que tienen esa costumbre de causar malas impresiones.

- Morgan es un amor - le comenté. - Pero ella es la primera persona a la que te presento por lo que me hace temer más por ti que por la otra persona. Te enloquecerá.