Epílogo

domingo, 8 de febrero de 2009

Por la luz de la ventana entraba una tenue claridad que alcanzaba lo suficiente como para que se pudiera divisar el interior de aquella habitación.

Allí adentro había ocurrido algo malo. Algo prohibido. Algo que no tendría que haber pasado.

Se pudo evitar, pero ninguno tuvo esa intención. Ahora ya estaba hecho y era demasiado tarde como para intentar siquiera arrepentirse. Había que asumir las culpas y seguir adelante.

Mi ropa aún estaba tendida en el piso y mi cuerpo desnudo yacía en mi cama como si hubiera hecho el deporte más cansador de la historia.

Fue increíble. Tan divino que la culpa era inmensa.

Al borde de la cama, el cuerpo de alguien también se encontraba desnudo, pero estaba sentado. Con la vista clavada en el piso, como si quisiera asimilar lo que acababa de suceder.

No hubo alcohol de por medio ni nada que pudiera excusar semejante acto. Sólo una siesta calurosa donde festejamos al calor sacándonos la ropa y haciendo el amor de una forma pasional y excitante.

No hubo reparos, sólo desesperación por poseernos. Desesperación que estaba oculta y que se dejó fluir.

No sabía si hablar o no. No quería estropear todo. Me quedé en silencio y sólo observaba la espalda que acaricié con locura hace unos instantes atrás. Su ropa también estaba desparramada en mi suelo como si fueran pétalos de flores esparcidas.

Prendí un cigarrillo intentando no hacer movimientos y me quedé en la punta observándolo. No dije nada, sólo me senté y me quedé en silencio.

Tal vez esperaba que hablara, tal vez quería que no lo hiciera. No lo sé. No iba a correr el riesgo.

Pese a todo, me caía bien y no quería considerarlo solamente un muchacho más con los que estuve, porque a riesgo de lo bien que la pasamos, podría echar a perder una buena amistad. Y entonces nuestra convivencia diaria se podría volver insoportable. Insostenible.

Era un tema para tratar con sumo cuidado y delicadeza. Muchas cosas entraban en riesgo por este desliz.

- Me siento raro - finalmente dijo.

Se volvió hacia mí y se recostó sobre la cama, estirando su mano para que le convidara de mi cigarrillo. Se lo di y fumó.

- ¿Raro como qué?

- Es que pensé que me iba a sentir distinto - se explayó. - No sé, que no me iba a gustar. Y la verdad es que me encantó.

Mi corazón se aceleró a un nivel extraordinario. No me imaginé una reacción así.

- ¿De verdad?

- Sí, sé que está mal y que es una locura, pero me gustó mucho - continuó. - ¿Crees que lo podamos volver a repetir algún día?

- Siempre y cuando esto no sea un problema para nosotros, por supuesto - aseguré. - Sabes que odiaría que esto se convierta un conflicto entre nosotros. Es mejor si ni siquiera llega a existir un "nosotros".

- Exacto - dijo él y sonrió. - Lo importante es que sigamos como siempre, nada más que esto será un deporte extra, como ir a sacar fotocopias.

Sonreí por la mala metáfora, pero entendía a qué se refería. Se acercó hacia mí y me dio un tierno beso en los labios.

- ¿Lo volvemos a hacer? - preguntó.

Tobías tenía esa manía de ser tierno y dulce, y a la vez incitaba a la maldad.