178. Más Tragedia

domingo, 8 de febrero de 2009

Graciela Verdinal ya era practicamente una mujer adulta, pero aún así no fumaba delante de su padre. Por eso, fuimos a dar una vuelta por las calles mientras compartíamos el humo del cigarrillo.

- Es capaz de echarme de la empresa - me comentó. - Inclusive me amenazó con eso.

Graciela tiene una hija de unos 8 años, quien ya se defiende bien y varias veces la vimos pasar por nuestra oficina cuando su madre no podía retenerla en la suya. Su abuelo, el Señor Verdinal, tampoco le prestaba demasiada atención por lo que Ramiro y yo éramos los encargados de entretenerla.

- Es tan horrible esto que está pasando - comentó. - Yo me encontraba visitando a mi abuela materna, quien se encuentra en sus últimos suspiros. Fui a verla temprano, como todos los sábados. En eso, mi padre me llama para comentarme lo que pasó y me dijo que me comunicara con todos los que podía porque no daba ni con tu celular ni con el de Tadeo. Me sentí muy desesperada.

- Te entiendo perfectamente - le comenté. - Es una situación muy fea. Es horrible. No me imaginé que tengamos que atravesar por algo así.

- Aparte tú eres el que más lo debe sentir - dijo ella. - Eres el que ve a Ramiro siete horas al día desde hace seis meses.

- Nuestros códigos no son estos - afirmé. - Con Ramiro siempre hablamos bien, nos divertimos, nos tiramos cosas por la cabeza, hablamos mal de nuestros jefes, etc. Pero nunca imaginé que nuestra alianza de compañerismo tuviera que pasar por una cosa así. Es otra visión de la vida y me hace sentir extraño.

- Lo importante es que sepas que son cosas que uno no superará nunca en su vida - me dijo ella. - Y tú vas a tener que estar día tras día para Ramiro. Cuando mi mamá murió, hace muchos años ya, todavía lo siento, todavía me duele. Es algo que ni con psicólogos conseguí superar.

Nos quedamos alrededor de cinco horas y recibimos con el correr del tiempo a varios rostros familiares de nuestra misma área laboral que vinieron a dar sus condolencias.

Al despedirme, me acerqué a Ramiro quien se encontraba abrazado a su mujer.

- Cualquier cosa, sabes que estoy a tu dispocisión - aclaré.

- Sí, sí - me dijo, como si fuera un tono normal que usamos para agredirnos. - Gracias por venir.