86. La Fiebre

lunes, 6 de octubre de 2008

Para cuando llegó el lunes, mis jefes estuvieron volviéndome loco en la oficina. Apenas tenía tiempo de contestarle los mensajes a Felipe donde le decía que había conseguido una amiga para que nos acompañara en la búsqueda de departamentos.

- Oliver, tenemos que hacer esta presentación de forma urgente - me dijo mi jefe, perdiendo esa sonrisa que usualmente quiere tener. - Si es necesario, ven a dormir a esta oficina, pero quiero estos archivos terminados para mañana.

Suspiré cansinamente y asentí con la cabeza.

Después de todo no me iba a costar mucho.

Pero dado que era unos documentos que podía avanzar mucho más rápido desde la computadora de mi casa, pregunté si no habría problemas en que los continuara allí. Me dieron esa libertad de hacerlo y que luego pase la facturación de las horas extras.

Así que regresé a casa y decidí echarme una siesta para descanzar un poco mi cerebro y luego levantarme para continuar con el trabajo. Claro que si Felipe me avisaba que tenía que acompañarlo a buscar departamentos, el trabajo se pospondría para después.

Ni hablar de asomarme por la facultad en ese día.

Prioridades son prioridades.

Llegó un mensaje.

"Mi novio todavía no comenzó a trabajar esta tarde. Lo dejaremos para mañana."

Si bien me disgustaba, era un cierto alivio para las cosas que tenía que hacer.

Para colmo, todos mis familiares continuaban en mi casa, por lo que aclaré que iba a estar ocupado y con necesidad que no sea molestado.

Claro que este punto nadie cumplió y un par de veces tuve que echar a mis primas menores que interrumpian mi poca estabilidad emocional del día.

Entrada la noche siento que algo malo me sucedía.

Mi garganta se comienza a cerrar y el mundo se me comienza a mover.

- Tiene que ser un chiste - dije, dándole el último visto nuevo al trabajo que realizaba. - No puede estar pasando esto.

Y de repente, una fiebre impresionante llegó por mí.