106. Otro Escape

sábado, 1 de noviembre de 2008

- Me siento vacío - dije, sentándome a la derecha del sofá, mirando a Lucas con esa cara de tristeza que pongo cada vez que me acuerdo del tema.

- Pero creo que fue lo mejor - me dijo Lucas. - No te estaba haciendo bien la situación de sentirte frustrado por no poder conseguirlo.

- Lo sé. Así que a partir de ahora, no más magia. No más romance. No más amor. Y me convertiré en un renegado solitario que se encargará de espantar a cualquier posibilidad de ser feliz de ahora en más.

Lucas no sonrió por mi broma. Creo que intuía que lo decía en serio.

- Has lo que creas mejor para ti.

- Nunca sé lo que es mejor para mí, Lucas - retruqué. - Si lo supiera, no estaríamos teniendo esta conversación por vez... número... ¿500?

Suspiré y me perdí en mis pensamientos por un instante. Habían pasado ya tres días en los cuales tuve que dormir toda la tarde porque sabía que a la noche no chateaba con él. Eran patéticos los niveles a los que me sometía con tal de no hablarle.

- ¿Cuándo crees que volverás a hablar con él?

- Cuando deje de creer que por hablarle me sentiré mejor - respondí. - Es que... No me acuerdo cómo era mi vida antes de él. Sólo recuerdo que al volver a casa, me pasaba toda la siesta hablando de trivialidades y hasta me parecían interesantes. Una persona que detesta esas cosas, se había amoldado a su forma de ser. Y eso que sólo nos hablamos cerca de un mes, imagínate.

- Tal vez tu vida anterior no sea algo que quieres recordar - dijo con una sonrisa, como si hubiera dicho la cosa más brillante del mundo.

- ¿Hay algo de mi vida que merezca la pena recordar? - pregunté, irónico.

- Vamos, Oliver, no te vas a quedar tirado en un sillón porque no puedes hablar con un muchacho - reprochó. - La vida es bella.

- ¿Tú me estás diciendo eso? - pregunté. - Tú. Por Dios, eres increíble.

- Lo siento, hoy tuve un buen día - contestó. - Volví a mi trabajo. Mi jefa me dijo que soy necesario para el funcionamiento de la empresa y que tenía que regresar.

- Me parece bien - dije. - Fue una idiotez de tu parte renunciar a ese empleo. Pero no soy digno de dar cátedra ahora. Yo también renuncio fácil cuando las cosas no salen bien.

- ¿Y ahora qué harás?

- Lo que siempre hago cuando las cosas se complican - dije, mirando hacia la nada. - Me iré unos días a la casa de Julieta.