119. Molestia Silenciosa

lunes, 10 de noviembre de 2008

- Ayer fui al cumpleaños de mi sobrino - me contó Felipe, cuando nos hicimos un break en el estudio de una carrera que yo no estudiaba. - En realidad es el sobrino de Alfonzo. Pero lo amo como si fuera mi sobrino también.

Intenté simular que no me llenaba de fastidio la fascinación de Felipe por pertenecer a cualquier cosa que llevara los genes de Alfonzo.

- Fui a verlo a su casa, pero como estaba la madre de él ahí, tuve que mirar el cumpleaños desde la vereda - me contó.

Lo miré como si acabara de decir algo sorprendente, aunque a él le parecía lo más normal del mundo.

- ¿Desde la vereda? - pregunté, sin poder creerlo. - ¡¿Desde la vereda?!

- Es que no podía entrar - se defendió. - Estaban todos allí dentro. Pero Alfonzo fue muy dulce conmigo. Me trajo comida del cumpleaños en un platito para que yo coma.

- ¡¿Comida en un plato para que comas en la vereda?!

Yo no sabía si reírme o llorar por lo que acaba de escuchar, por lo que esta contradicción acerca de mi expresión me hizo tener tal ataque que parecía un perro con moquillo.

En realidad, la escena de Felipe comiendo en la vereda gracias a un platito, era muy graciosa. Como si fuera un mendigo que alguien tiene piedad de él y le da unos platos de comida para que se vaya a molestar a otro lado.

Esa tarde gris, me encontraba en la casa de Felipe, nuevamente fingiendo ante la madre que era su compañero de estudio y, como siempre, sin nada interesante que haya sucedido, salvo el pelearnos porque cada vez que yo hablaba él me interrumpía con alguna incoherencia y nunca me dejaba terminar la historia, haciendo complicado que tengamos una conversación.

En un momento de la tarde comencé a hablar con la pared, que parecía prestarme más atención. Y si tan sólo tuviera vida, juraría que es una buena oyente.

- Ahora tengo que ir a cortarme el cabello - me dijo Felipe, luego de más de tres horas de hacer absolutamente nada. - Pero diré en casa que me voy a tu casa. Aunque no iré para tu casa. Iré para otro lado.

Sonrió y ya supe qué significaba. Desvié la vista y me concentré en el monitor fingiendo interés por las fotos de un viaje que hizo el año anterior.

- No te molesta, ¿verdad? - me preguntó, quizá prestándole atención por primera vez a mi rostro.

- No te digo que sea algo que me llene de satisfacciones, pero no me molesta - mentí descaradamente.

La cuestión es que me irritaba demasiado, pero tampoco era digno de hacer un escándalo sobre el tema. Solamente me digustaba que sea mentira que fuera a mi casa, porque muchas veces al día lo quería ahí.

Fabricio y Rafael aparecieron en varios momentos de la tarde, pero su participación cada vez tenía más pena que gloria.

Ciertamente, ya no quedaban cosas a las que aferrarse.