114. Malas Elecciones

lunes, 10 de noviembre de 2008

Julieta consideraba que tenía una pésima elección a la hora de elegir hombres con los cuales enredarse. Desde su elección por una historia real y duradera hasta su elección por uno con quien pasar la noche.

Conoció a Alberto un día que salió a la disco con sus amigas. Unos tragos, un baile de más y ya se encontraban camino a la casa de él, cada uno en su respectivo auto.

- Espero que no te moleste en entrar en silencio - le dijo el chico, cuando los dos estuvieron en la puerta de entrada. - Tenemos que pasar por la habitación donde están durmiendo mis abuelos.

Algo incómoda pero con las ganas de pasarla bien, Julieta siguió al muchacho por el trayecto hacia su habitación, donde comenzaron a desnudarse y a intentar hacer el amor.

El problema fue... que el chico no tenía nada con lo que pasarla bien. Así que intentando no disgustarse por el tamaño del sexo del muchacho, simplemente fingió disfrutarlo y se frustró emocionalmente por un rato.

- ¿Te quedas a dormir?

- Pero mi auto está afuera - le dijo la chica. - Si alguien se despierta, podrá ver que no estás solo.

Era una excusa muy mala, pero Julieta no tenía intenciones de pasar la noche con él.

- Tienes razón - dijo el muchacho. - Aparte mis abuelos reconocerían tu auto. Después de todo, ellos se lo vendieron a tus padres.

Julieta sintió una leve puntada en el pecho.

- ¿Qué?

- Sí, pero yo no es que te conozco de ahí - continuó Alberto, quien se buscaba una sentencia a muerte. - Yo te conozco porque eres amiga de mi ex novia. Maya.

Julieta había llegado a su límite de estupidez por una noche. Agarró sus cosas, se acomodó bien la remera y con toda la dignidiad del mundo salió por la ventana, para no pasar por la habitación de los abuelos, y decidió nunca más regresar. A las dos semanas se enteró que Alberto regresó con su amiga y nuevamente eran una pareja feliz.

Ella se enteró de esto y agradeció a Julieta por ser honesta, pero por algún extraño sentido, la muchacha evitaba que Alberto y su amante de una noche volvieran a verse en una misma habitación.

Nunca preguntó por qué lo hacía, pero creía saber la respuesta. Después de todo, más allá de la mala elección que uno pueda tener, tiene derecho a protegerla hasta con los dientes.