122. No Puedo Hacerlo

miércoles, 26 de noviembre de 2008

- Estoy en un dilema moral - le dije a Lucas, cuando se acostó a mi lado en mi cama, como siempre solíamos hacer cuando teníamos que debatir sobre algún problema.

- Permíteme adivinar de quién se trata - dijo irónico. - ¿Qué ha hecho ahora?

Me senté en la cama mirando hacia mis pies y prendí un cigarrillo. Siempre prendo uno cuando tengo que hablar de mí. Hace quedar como más estético o más profesional a lo que estoy diciendo. Le da ese cierto aire de importancia.

- Hoy se enojó conmigo porque dice que yo lo trato mal - le contesté.

- Y eso es cierto - respondió. - Tú tiendes a tratar mal a las personas que te rodean. No entiendes que hay personas a las que le cuestan captar tus códigos.

- Esto es maravilloso - dije, cruzándome de brazos. - Ahora Mr. Víctima es el abogado de Mr. Sensible, y yo sigo siendo el malo de la película.

- ¿Ves? Comentarios como esos son inentendibles porque no sé de dónde viene tanta maldad - me dijo Lucas, sonriendo.

Le tiré un almohadón por la cabeza.

Una vez que Lucas dejó de intentar devolverme el golpe, me crucé de brazos y me puse a pensar un poco mejor en las cosas.

Afuera, una lluvia torrencial estaba humedeciendo las calles de la ciudad. Ya era el cuarto día así después de meses de sequía. Me encantaba, aunque quizá no tanto para un viernes por la noche.

- No puedo hacerlo - reconocí. - No puedo cambiar y ser una mejor persona.

- ¿Por qué no? - me preguntó. - Tú sabes que te ayudaría. Oliver, no quiero que seas como yo.

Lucas continuaba su campaña para evitar que yo me convirtiera en una persona fría e insensible, y se desesperaba cada vez que nos encontrábamos porque era obvio que no salían bien sus planes.

- El hecho de tratarlo así es lo que me está ayudando a que no sienta nada por él - le dije a Lucas. - Si cambio esto, si bajo el único escudo que tengo y le entrego mi corazón... No me conviene.

Ni yo me esperaba un comentario tan inteligente de mi parte, pero la conclusión pareció caernos como anillo al dedo, ya que a ninguno se le ocurrió nada para contradecirla.

- No puedo permitirme sentir algo - concluí. - Tendrá que aceptar al Oliver que le tocó, porque no puedo seguir regalando partes de mí a quienes me lo piden.