A Pablo le llevó varios días superar lo que pasó en esa fiesta. Por momentos sentía que todos sus compañeros se habían enterado y se imaginaba a todo el mundo hablando a sus espaldas. Adquirió tal grado de paranoia que las clases se volvieron insufribles.
Fue un error. Lo sabía.

Pero tenía que enfrentar al sujeto que lo llevó a eso. Por más que había un poderoso deseo interno de atacarlo, pese a que no tuviera la culpa, se limitó a acercarse finalmente un día después de clase, fingiendo que le iba a preguntar algo relacionado con una materia que estaban dando.
Ernesto mostró un poco de sorpresa pero intentó no retroceder cuando se acercó.
- Quiero que hablemos - dijo Pablo, cortezmente.
- ¿Qué sucede?
- Dime que no se lo contaste a nadie - imploró, aunque sonó más a una orden.
- ¿De qué hablas?
- De lo que pasó en la fiesta - continuó.
Ernesto lanzó una sonrisa y siguió fingiendo que no pasaba nada. Pablo sospechó en ese momento que si hubiera sido gay, le hubiera llamado mucho la atención aquél chico.
- No te preocupes - dijo el muchacho. - Con que fui el primero, ¿cierto?
- Y el último - se defendió Pablo. - No sé qué me pasó esa noche. Estaba alcoholizado o quizá frustrado con mi vida. La cosa es que fue un momento de debilidad.
- No te preocupes - lo detuvo Ernesto, quien sorprendentemente parecía más maduro en esa conversación que cuando se juntaba a reírse con el profesor. - Nadie lo sabrá y yo ya me olvidé del tema. Somos compañeros y tenemos que vernos hasta final de año todos los días. No vale la pena atravesar por algo que puede ser incómodo para los dos.
Pablo no supo a qué se refería pero agradeció el ser comprendido.
Quizá más aliviado y con la extrema necesidad de creerle esa fue la última vez que pensó en lo que sucedió. Quedará como una anécdota que podrá contársela a los más íntimos, pero se juró no volver a repetir.
Hasta la actualidad, mantiene su palabra.
Fue un error. Lo sabía.

Pero tenía que enfrentar al sujeto que lo llevó a eso. Por más que había un poderoso deseo interno de atacarlo, pese a que no tuviera la culpa, se limitó a acercarse finalmente un día después de clase, fingiendo que le iba a preguntar algo relacionado con una materia que estaban dando.
Ernesto mostró un poco de sorpresa pero intentó no retroceder cuando se acercó.
- Quiero que hablemos - dijo Pablo, cortezmente.
- ¿Qué sucede?
- Dime que no se lo contaste a nadie - imploró, aunque sonó más a una orden.
- ¿De qué hablas?
- De lo que pasó en la fiesta - continuó.
Ernesto lanzó una sonrisa y siguió fingiendo que no pasaba nada. Pablo sospechó en ese momento que si hubiera sido gay, le hubiera llamado mucho la atención aquél chico.
- No te preocupes - dijo el muchacho. - Con que fui el primero, ¿cierto?
- Y el último - se defendió Pablo. - No sé qué me pasó esa noche. Estaba alcoholizado o quizá frustrado con mi vida. La cosa es que fue un momento de debilidad.
- No te preocupes - lo detuvo Ernesto, quien sorprendentemente parecía más maduro en esa conversación que cuando se juntaba a reírse con el profesor. - Nadie lo sabrá y yo ya me olvidé del tema. Somos compañeros y tenemos que vernos hasta final de año todos los días. No vale la pena atravesar por algo que puede ser incómodo para los dos.
Pablo no supo a qué se refería pero agradeció el ser comprendido.
Quizá más aliviado y con la extrema necesidad de creerle esa fue la última vez que pensó en lo que sucedió. Quedará como una anécdota que podrá contársela a los más íntimos, pero se juró no volver a repetir.
Hasta la actualidad, mantiene su palabra.
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