113. El Escape del Año

lunes, 10 de noviembre de 2008

Durante tres días, volví a visitar a Julieta en la casa de la ciudad donde estudia para convertirse en veterinaria.

Nuevamente, durante tres días, nos concentramos en divertirnos, reirnos, contarnos historias de nuestra vida y ahogar las penas disfrazándolas de situaciones absurdas.

La novedad de este viaje no fue porque hayamos avanzado algo en la vida al escucharnos mutuamente, sino que fue su nueva vecina, llamada con el mismo nombre. Vivía cruzando el pequeño muro que separaba los dos balcones y, una vez superado el vértigo de saltar un muro a riesgo de tropezar, caer dos pisos y reventarnos los órganos contra el suelo, llegábamos a su habitación donde nos atendía con un poco de té helado para aguantar las primeras tardes de calor del año.

Julieta 2 era una joven abogada que había terminado sus estudios hace unos meses atrás y ahora trabajaba para la Fiscalía haciendo pasantías no renumeradas.

- Definitivamente necesito conseguir un empleo mejor - me dijo, contándome cómo estaba su vida. - Quisiera comprarme un auto pronto. También quisiera un novio nuevo, porque el chico que amo tiene otra mujer, que en realidad es su ex novia y estuvieron separados un tiempo cuando él estuvo conmigo, luego me dejó por ella. Para colmo fui a la peluquería y el maldito dueño de las tijeras me hizo lo que yo denominé el Corte Más Horrible de la Historia. Creo que todo esto es mucho para una persona. Si fuera una masoquista, creo que tendría que estar cortándome la piel o algo así.

- Si fuera por eso, con las cosas que me pasan a mí, yo tendría que estar dándome de latigazos todo el día - sentenció la Julieta original.

- Chicas, creo que ven la vida muy dramática - dije, como si fuera el adecuado.

- ¿Tú me lo dices? - me preguntó Julieta, como si se hubiera indignado. - Eres el Presidente de las Almas Oscuras y ahora, no sé por qué, estás feliz y de repente todo es luz y amor en tu vida.

- Estoy feliz porque estoy aquí - dije, sonriendo. - Créeme que yo tampoco tengo motivos para sonreír cuando estoy en la ciudad.

Pero no me concentré en contarlos. Ni mi jefe, ni Felipe, ni Guillermina, ni Lucas. Ninguno de ellos tendría que tener ni unos minutos de pensamiento en aquél fin de semana fantástico.