110. Los Eventos

sábado, 1 de noviembre de 2008

Pablo estaba completamente alterado por la rutina que había adquirido. Tenía tanta dinámica entre su trabajo de medio tiempo, su facultad y su novia que apenas tenía tiempo para sus amigos o para sus clases de karate.

Y precisamente, en ninguno de los cinco puntos le iba bien. O por lo menos, los eventos que desató el hecho de querer hacer los cinco en un mismo día, provocó una crisis nerviosa en su persona.

Todo comenzó en una noche, cuando con sus amigos de barrio se decidió a tomar un poco de alcohol disfrazado de cerveza. La cuestión es que lo que compraron era de tan mala calidad que apenas le tomó unas copas para que le doliera la cabeza al día siguiente.

Esto causó que cuando tuvo que ir a clases y exponer una lección de anatomía, ni siquiera se sienta capaz de explicar lo que era la menstruación. Así que esa noche con sus amigos, directamente lo estaba humillando ante todos sus compañeros que no pudieron evitar reírse ante la falta de dinámica a la hora de hablar.

Por la tarde, para intentar aliviar un dolor de cabeza que todavía no se marchaba y poder olvidar un poco la angustia de no poder explicar en qué consiste el periodo femenino, decidió ir a karate, pero allí le esperaba una rival más poderosa.

Guillermina.

- Estoy enojadísima - le dijo, al verlo llegar. - No puedo creer que faltaron a mi pedido de ver fotos que no tenían que haber visto. Estaba claro que no me iba a gustar y por eso lo hicieron.

- Sí, porque ese es el sentido de nuestra vida - le respondió, totalmente irónico. - Humillarte socialmente.

- ¡Está claro que ese es! - gritó. - Se burlaron de mí. ¡Todos ustedes!

Pablo tenía ganas de enfrentarla en karate sólo para romperle la cara con la excusa de poder pegarle a una mujer.

Pero aún así, se tuvo que quedar con las ganas. Y entre pleno conjunto de cosas, después de su trabajo vespertino donde tuvo que lidiar con un cliente que no quería pagarle una cobranza, optó por dedicarles las últimas horas de su interminable día a su novia Paola.

Por supuesto, las cosas con ellas tampoco iban a estar bien.

- ¡No puedo creerlo! ¡Lo que me enteré es indignante! - le gritó la muchacha, envuelta en lágrimas. - Espero, por tu bien, que no sea cierto que te estés revolcando con Susana.

Pablo suspiró y se agarró la cabeza. Aquello eran más ridiculeces que con las que podría lidiar en un día.

Jamás debió tomar cerveza.