12. Hablemos de Leo (3º Parte)

jueves, 3 de julio de 2008


- Cuando Sebastián hizo lo que hizo, no sentí odio - le conté. - Más bien fue una desilución. Un golpe bajo. Algo inesperado por una persona que decía ser mi amigo. Y pese a que el tema fue estúpido, despertó en mí un gran grado de paranoia acerca de los que me rodean que no pude enfrentar bien. Porque fui el único. Fui excluido. Y por más que delante de él y delante de todos tenga que fingir que todo está bien, algo dentro mío terminó por destruirse. Esa lealtad hacia un amigo que ya no tengo.

Leo me miró consciente de lo que le hablaba. Yo estaba de acuerdo en que no era el ejemplo más óptimo, pero era el único que tenía en ese momento.

- Todo esto es por Juan, ¿sabes? - le revelé, como si no era algo ya lógico. - Creí tanto en él que después de que nos separamos, me volví una persona cínica. Quizá más fuerte, pero me convertí en algo que no me agradaba. Y ahora vuelvo a creer, a duras penas, y luego pasa esto. E incluye también lo que Lucas hizo. Tengo un pequeño problema con esto de ser ignorado. Y por eso quiero que tengas cuidado, porque tú todavía no caes con todo esto, pero en el momento en que te suceda, no sé cómo te levantarás.

Leo no dijo nada. Quizá mi comparación le resultó ridícula, pero era lo mejor que tenía para ofrecerle. Creo que apreció el esfuerzo.

- ¿Sabes? Una vez me dieron el consejo más sabio del mundo - me contó, como concluyendo la charla. - Yo no soy un adicto a la religión. Ni siquiera creo en Dios ni en nada de eso, pero esto se refiere a él y, sinceramente, quizá necesito creer en algo.

Se incorporó y me miró, señal de que se despedía.

- Me dijeron que Dios nunca te va a hacer pasar por nada que él no crea que puedes superar.

Nunca supe si eso me lo dijo por mí y por todos los tormentos que yo mismo atravesaba, o si eso lo dijo en voz alta para recordárselo a él mismo.