33. Hablemos del Caos (3º Parte)

viernes, 25 de julio de 2008

Esa tarde de viernes, vi a todas las personas que no veía desde el último mes, en un recorrido de tres cuadras.

Fue gracioso como parecía que todos nos habíamos combinados para estar juntos. O, por lo menos, se pusieron ellos de acuerdo para verme a mí.

Me encontraba hablando con Tobías, mientras él se debatía en si seguirme la conversación o atender a sus clientes, cuando Marcelo apareció por allí para rescatarme de aquello, invitándome a acompañarlo hasta su trabajo.

El trabajo de Marcelo quedaba a tres cuadras del trabajo de Tobías, por lo cual, en el camino, iba contándole la situación de Lucas, que justo en ese momento comenzó a discutirme por mensajes.

- Pasa que Lucas es una buena persona - lo intentó defender Marcelo. - Pero hay que reconocer que es un ser muy egoísta.

Cuando nos encontrábamos en el trabajo de mi Dios de la Sabiduría, apareció Pablo, comentando que estaba llegando tarde a su clase de karate. Mientras que a la vez, Ana me estaba llamando por teléfono para intentar contarme que había tomado una decisión acerca del viaje.

Le dije a Ana que, a su vez, me encontraba a dos cuadras de su casa, así que podía ir por dos segundos. Y mientras iba a verla, seguía discutiendo por mensajes con Lucas, que a su vez ya había aprovechado que yo decidí no ir a verlo para victimizarse y vengarse por el asunto de la computadora diciendo cosas como "después no me digas nada de eso de los segundos porque cuando yo puedo estar contigo, tú vas para cualquier lado".

Llegado a la casa de Ana, ella me dice que viajará conmigo, mientras se maquillaba porque se la hacía tarde para salir.

- Pero estoy discutiendo con Lucas por mensajes - le comenté. - No quiere viajar con nosotros.

- ¡Invítalo a Marcelo! - gritó, la muy condenada.

- ¿Ni un segundo de duelo por la pérdida de Lucas?

- ¡No tengo un segundo! - me gritó. - Estoy llegando tarde a mi clase de cocina.

- Pero es Lucas de quien... - intenté defenderlo.

- Está bien - me detuvo, de pronto. - ¿Lucas no puede ir? Es una pena - fingió tristeza, bajando la cabeza como si alguien hubiera muerto. Luego me miró, sonrió y levantó los brazos como una porrista. - ¡Llévalo a Marcelo! ¡O a Guillermina!

Al mismo tiempo que Ana me echaba de su casa, Marcelo me avisaba que salía de su trabajo y que me avisaría cuando regresaba, por lo que volví a lo de Tobías y me quedé allí.

En menos de media hora había visto a la mayoría de las personas que no veo en toda la semana.