131. Peleas en el Paraíso

miércoles, 3 de diciembre de 2008

En la semana para los exámenes de ingreso a la oportunidad de conseguir un trabajo en la Fiscalía Nacional, todo el mundo ya se encontraba alterado. En sólo tres días, mis amigos se repartían en distintos momentos para rendir y los nervios sobre quiénes quedaban y quiénes perdían, hacía que se volviera una matanza llena de felicidad por la desgracia ajena.

Y mientras que Felipe me comentaba que había aprobado el primer exámen, Martha dudaba de su capacidad de salir bien; y justo al mismo tiempo en que Tobías no creía que se iba a presentar, Tadeo me confirmaba que desistió de la idea de hacerlo.

- Me impulsó más que ninguno de mis amigos quisiera seguir con los exámanes - me comentó, mientras yo me desilusionaba por la idea de que bajara los brazos. - Es que tenemos que admitir que es algo difícil. Tú sabes escribir rápido en una computadora y un exámen de tecleado la pasas bien. Otros, tendríamos que haber practicado más.

Si bien la resignación de Tadeo no me agradaba en lo más mínimo, lo cierto es que tampoco me consideraba apto para insistir demasiado más que un "puedes practicar" de vez en cuando en la oficina. Pero estaba rehusado a no asistir y ya se había dado por vencido.

Ese día de mi exámen, me enteré finalmente que Martha, Guillermina y Susana reprobaron, mientras que a la tarde había quedado en ir a ver a Felipe antes de marchar al curso al que mi empresa me obliga a asistir, para luego ir a rendir el examen de ingreso al Juzgado, para luego tener que ir a rendir un exámen en mi facultad. Un día complicado, que le dicen.

- Alfonzo no salió bien - me dijo Felipe, cuando nos vimos esa tarde. Esta vez no pudimos usar su habitación porque Rafael se había dormido, por lo que tuvimos la charla en la vereda, sentados y disfrutando del día gris. - Y estaba muy deprimido. Tanto que me hizo sentir culpable a mí porque yo salí bien. Y eso fue injusto, porque ni siquiera me felicitó.

Si había algo de lo que entendía bastante bien, es sobre no recibir de la otra persona lo que uno espera.

- De acuerdo, tienes razón - dije, meditando la situación. - Es un suceso bastante complicado. Por un lado, no puedes ir a festejar tus victorias antes las frustraciones de los demás. Pero tampoco puedes dejar de sentirte feliz con lo que lograste porque otras personas no corrieron con mejor suerte.

- Lo sé - me dijo. - Pero me da bronca, porque ni siquiera es capaz de alegrarse por mí.

- Es sólo un detalle.

- Uno de los tantos - reprochó. - Y yo sí soy atento a esas cosas, porque me gustan que las personas me devuelvan lo que doy.

- No vivas esperando la reciprocidad, porque muchas veces no existe - atiné a decir. Estaba obvio que no era lo que él quería escuchar. - Que las personas no reaccionen como tú lo esperas, no significa que sean personas horribles. No significa que no te quieran. Y al fin y al cabo, son solamente eso... detalles.

Felipe no sonó convencido ante mi explicación, por lo que lanzó un resoplido similar al de un caballo y siguió acariciando a su perro que jugaba entre nuestras piernas.