132. Cayendo en Cuenta

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Dos días después, y con una pequeña alegría por haber aprobado el primer examen siendo uno de los primeros lugares, en una de nuestras reuniones de estudio para el ingreso al empleo, me encontré con un Felipe a quien miraba con los ojos de lo que pasaría a ser: un simple amigo. Y la sola idea me pareció tan repulsiva, que estaba intentando mediar mis deseos de irme con los de quedarme allí, mientras que no me dejaba estudiar porque a cada rato me interrumpía con alguna cosa distinta.

- Estás distinto, ¿qué te pasa? - me decía a cada instante.

- Nada - respondía, interminablemente, como única verdad.

Rafael iba y venía para hablar a solas con él, por un problema que también se estaba enfrentando. Resulta ser que Fabricio ahora tenía conexión a Internet desde su casa y desde ese entonces, inexplicablemente, había dejado de aparecer por ahí. A riesgo de imaginarse que se sentía usado, estaba desbordado por la situación, por lo que tenía pequeños debates con su hermano acerca de cuáles son los pasos a tomar.

En ese momento me di cuenta que Felipe me estaba ocultando cosas. Ahí caí en la idea de que no contaba tanto conmigo como yo contaba con él. Y una vez más, estaba entregando más de lo que estaba recibiendo a cambio.

Me sentía debastado, como una persona que desea marcharse de un sitio pero a la vez intenta mantener su dignidad sonriendo falsamente.

- Ahora Fabricio se encuentra todo el día conectado - me dijo. - Y nosotros sabemos que el chat es peligroso.

- Dímelo a mí - dije. - Que por culpa del chat estoy aquí.

- Sí, pero así como el chat es peligroso, también pueden surgir grandes amigos - acotó, como un manotazo de ahogado.

Me hice el estúpido y continué fingiendo concentrarme en lo que estaba leyendo. Había llegado a una saturación importante con respecto a Felipe, dado que fue la persona que más vi en todas estas semanas, y nuevamente me sentía prisionero de una esperanza de algo que nunca iba a suceder. Los sentimientos que puse en el congelador, de repente se estaban calentando y ahora todo caía como un castillo de naipes que hice falsamente.

- Me vas a decir qué es lo que te pasa - me exigió Felipe, ya enojándose porque me encontraba en silencio.

- Es que hay días en donde puedo mediarlo - dije, solamente. - Hay días en que no puedo estar cerca tuyo y ser sólo tu amigo. Pero ya va a pasar. Pasa. Las cosas no van a cambiar y todo seguirá bien.

Esa noche, mi cara era similar a la de la tormenta que había afuera. Salvo que los rayos le daban un poco más de vida, y eso era algo con lo que mi rostro no contaba.

- Consigo ser la envidia de seis mil personas en la ciudad por conseguir un primer puesto - le dije a Julieta, al teléfono. - Pero no consigo llamar la atención de la persona que quiero.

Esa noche solamente llovió y el Sol no salió por unos cuantos días más.