134. La Autohumillación

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Para cuando llegó el lunes, nos encontrábamos a dos días de que Felipe y Rafael rindieran su segundo examen, y a tres de que yo lo hiciera. Esto causó tal grado de paranoia en Felipe que me obligó a estar sentado frente a los cuadernillos de estudio alrededor de tres horas, mientras me debatía sobre teorías que yo ni siquiera había leído. Cuando en un momento vi a Fabricio y a Rafael en un sector de la casa, me acerqué para preguntarles la idea sobre si nos juntábamos a jugar Clue el próximo sábado, a lo que los chicos me respondieron que sí.

De más estaba decir que a Felipe no le agradó para nada que yo hiciera sociales por mi cuenta y pasara por encima de su autoridad.

- ¿A qué se debe que les quieras caer tan bien a Fabricio y a mi hermano?

- A que son las únicas personas de tu mundo que conozco - comenté, sinceramente, sin apartar mi vista del papel. - Y yo quiero pertenecer a tu mundo, así que es lógico que busque las personas que te rodean para aferrarme.

No sé a qué se debía mi excesivo nivel de romanticismo hollywoodense, pero me arrepentí de decir esa oración apenas salió de mi boca. ¿Qué tan ridículo quería quedar ante Felipe? Esa mezcla de sinceridad y sensibilidad, no eran buena mezcla en mí.

- Sigamos estudiando - dije, al ver que Felipe se quedó sorprendido por mi respuesta. - Por más absurda que sea esta imagen.

- ¿Por qué es absurda? - insistió Felipe, que estaba claro que no quería dejar el tema allí.

- Porque todo es absurdo - contesté. - Para empezar, yo no hubiera hecho por cualquier amigo todo lo que hago por ti, si yo no tuviera alguna clase de intención subliminar contigo. Así que por eso es absurdo, porque sé que tú me ves solamente como un amigo, lo cual vuelve a mi rutina como un acto masoquista. Lo noto en mis desmedidos malabares para conseguir tu atención. Lo noto en mis estúpidas esperanzas de que las cosas van a ser diferentes, sólo para que al día siguiente vuelvan a ser lo mismo. Por todo esto, es que el que estemos ahora juntos es un absurdo.

- Es un absurdo para ti - respondió Felipe. - Para mí todo tiene mucho sentido.

A esas alturas no sabía si golpearlo o dejarlo con vida.

Pero por si aquella autohumillación no fuera suficiente, en ese momento llega la madre de Felipe y se acerca.

- Hoy estuve hablando con la esposa de tu primo - anunció, mirándome. - Resulta ser que tú no estudias con mis hijos. Así que... ¿de dónde te conocen?

Miré a Felipe quien sólo se limitó a agachar la cabeza. Esa tarde mentí e hice ver que todo había sido una gran confusión, pero no estoy seguro que la mujer me creyó.

Aún así, no hizo más preguntas y nunca se volvió a hablar del tema. Por suerte, me dejó volver a su casa un par de veces más. Luego Felipe y yo nos encargaríamos de no volver a hablarnos. Pero para llegar a eso, todavía faltaría un poco más de tiempo. Primero, ambos niños tendrían que presentarse a rendir el segundo examen.