155. La Hora de la Verdad

domingo, 28 de diciembre de 2008

- ¿Qué sabes de Felipe? - me preguntó Lucas.

Odiaba que me pregunte sobre cosas que no quería hablar, pero de todos modos era inevitable no responder.

- Lo mismo que sabes tú - dije, irónico. - Nada.

- Pero... ¿y las cosas de cada uno?

- De más está decir que estás comprometido a ir a buscar mi Clue cuando él lo pida y le llevarás la campera - dije. - No voy a someterme a verlo para que sea nuestra despedida definitiva.

Lucas tenía algo que decir. Lo noté por su forma de mirarme. No era una mirada usual, sino una que demostraba pena.

- ¿Sabes qué significa esto realmente, verdad? - preguntó.

- ¿Qué sólo me relaciono con imbéciles?

- Que lo del insulto fue una excusa - respondió, ignorando mi sarcasmo. - Una pobre excusa porque no sabía cómo decirte que no quería que aparecieras más.

Aquello me dolió más de lo que pensé. Era más fácil hundirme en la tragicomedia de la situación antes que intentar resolverla para llegar a esa conclusión tan dolorosa.

Mi voz se quebró y estuve a punto de llorar.

- ¿Cómo puede existir esto? - pregunté. - ¿Cómo pudo pasarme de nuevo?

Era el mismo fantasma que azotaba a mis puertas siempre. El de Juan, el de Lucas, el de Felipe. Todos tenían ese mismo final. Todos tenían esa tragedia escondida.

Tosí y mis lágrimas se confundieron como una señal de asfixia, aunque no pude engañar a Lucas. Sólo agachó la mirada y no dijo más.

- Lamento que te haya pasado de nuevo - respondió. - Eres una buena persona y no es justo.

- ¿Lo soy? - pregunté retóricamente. - Porque si lo fuera, tal vez no me pasaría. Ya... Ya no sé si soy bueno o no.

Nos quedamos en silencio por un rato y luego Lucas se marchó murmurando un próximo plan que no sabíamos cuándo llevaríamos a cabo, pero ahora teníamos Internet para comunicarnos.

Ese día dormí más 14 horas.