160. Noche Tranquila

miércoles, 31 de diciembre de 2008

La tarde me encontró con Lucas, que como siempre, no aportó nada a mi tarde más que un rato de diversión para retomar los capítulos de Naruto que nos habíamos quedado sin ver. Luego de eso, se marchó y yo recibí una invitación de parte de Tobías para ir a perder tiempo a su casa.

Así fue como la noche de hombres fue liderada por Tobías, Emilio, Pablo, Marcelo y yo, donde se debatieron diversos temas superficiales patrocinados por una botella de cerveza. Cuando se agotó, fui con Pablo a comprar más.

- Ahora estoy enojado - me contó. - Todas las mujeres con las que yo tenía mi piratería están de novias oficialmente y, lo peor, es que le quieren ser fieles a su novio. ¡Es injusto! Cuando ellas querían ser piratas conmigo, yo lo hacía por más que tuviera a Paola. Pero ahora ellas no.

- La reciprocidad es un arte olvidado - comenté, mientras llegábamos al kiosco. - ¿Y cómo están las cosas en tu casa?

Habíamos quedado con Pablo en hablar acerca del asunto de que su padre se fue con otra mujer y abandonó la familia. Sólo que no había tiempo ni forma nunca para que podamos hablarlo.

- Ahora las cosas en mi casa se encuentran bien - comentó. - Un poco desbaratadas, pero superándolas. El problema reciente fue que mis abuelos maternos comieron algo en mal estado y estuvieron un día internados. Lo que mi casa era un desastre viviente de gente llamando y preguntando por ellos, por lo que no pude estudiar mucho.

- Entiendo, te divertiste entonces - ironicé.

Cuando volvimos a sentarnos con los chicos después de ese camino, mi imaginación jugaba a que en cualquier momento aparecería Rafael y me gritaría, delante de todos, que dejara en paz a Fabricio.

Luego apartaría a Rafael del lugar y miraría a mis amigos diciéndoles algo así como "les juro que puedo explicar esto", y tendría la charla con el hermano de Felipe diciéndole que mis intenciones con Fabricio no son más que las de una amistad.

De todos modos, pese a que la casa de Tobías queda a una cuadra de la disco más famosa de la ciudad, ni Rafael ni compañía cruzaron por ahí.

Me quedé unos minutos más allí y luego decidí que era tiempo de volverme. Estaba cansado pero quería terminar algunos de todos los trabajos que tenía para hacer. De todos modos, no sirvió demasiado porque estaba como al principio, sin poder avanzar en nada.

Me dormí durante 17 horas seguida y desperté entrada la noche de domingo, dispuesto a empezar una nueva semana que, ya con el aire acondicionado no funcionando y con el Plus de mi MSN que había desaparecido de mi computadora, sirvió para anunciarme que se pronosticaba igual de mala que la anterior.