46. El Regalo (VI)

viernes, 5 de septiembre de 2008

Un día antes de nuestro primer encuentro, me llegó un mensaje de Felipe anunciándome algo inesperado: "Hemos decidido darnos un tiempo con mi novio".

Aquella jugada me estaba saliendo mucho mejor de lo que hubiera esperado. El chico perfecto y modelo de repente se había quedado soltero y cada vez la historia me estaba gustando demasiado.

"Tengo mensajes de texto gratis, ¿puedo gastarlos en ti?"

- Claro, como si yo tuviera todo el saldo del mundo para gastarlo en ti - pensé en voz alta, cuando leí el mensaje.

Afortunadamente me encontraba solo. Es decir, yo pasaría a ser un reemplazo de su chico.

Como pasó con Lucas, cuando Iván se fue.

Como pasó con Juan, cuando nos conocimos y no tenía a su mejor amigo Lucio.

Es un patrón de conducta que efectivamente me lleva a tomar decisiones equivocadas.

No es lo más recomendable que aconsejo hacer.

De todos modos no sabía si pensar si esto era una señal o algo así. Estaba claro que hace mucho no sentía la emoción de encontrarme con alguien y todo el tiempo acallaba mis voces para no ahogarme en un mar de nervios y considerarlo, por sobretodo, solamente un amigo.

FELIPE: Mañana iré a verte, pero faltaré a la facultad. Así que estimaría que para las 5 de la tarde, te vería.

No me hice ilusiones hasta no tenerlo enfrente. Era mejor si no me generaba demasiada espectativa, dado que las personas que hacen estos planes tienden a cancelarlo sin que les importe.

Sin embargo, al día siguiente, yo era un mar de nervios porque hasta el momento, el plan seguía en pie.

Decidí hacer horas extras en la oficina y pedirle que me pasara a buscar por allí, y, como nunca, las horas no pasaban más.

Tenía mis auriculares y el celular conectado a la música que me ayudaba a hacer mi trabajo y cantar un poco canciones melódicas, en la soledad de mi oficina.

"Es sólo un amigo", me repetía.

Decidí no hacerme una producción estética porque no tenía ganas de impresionar a nadie. Era preferible no hacerlo. Así que totalmente despeinado, en pleno calor de una siesta sofocante, no conseguía hacer funcionar el aire acondicionado y por poco casi muero de asfixia, hasta que finalmente me dijo que estaba en la esquina de mi trabajo.

El única arma de defenza que tenía eran mis gafas de Sol.

Salí y me lo encuentré en una esquina.

Era tan perfecto, que en ese momento le supliqué a Dios que me mate por cómo estaba yo.