77. Café de Madrugada

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Menudo conflicto se hayaba ahora en la vida de Felipe. No sólo tenía más trabas por delante, independientemente de cuanto me beneficiaba a mí, sino que también ahora practicamente ya no se podría ver más con el amor de su vida.

Que dolor, que dolor, que pena.

Mientras tanto, la fiesta duró hasta altas horas de la madrugada, donde cinco personas solamente dieron señales que necesitaba un techo donde refugiarse, porque en ningún momento intentaron relacionarse con nadie más.

Marcelo y yo fuimos a tomar un café después de salir de allí.

- No puedo creer lo sociable que es la madre de Ana - comentó Marcelo. - Nunca pensé que existiera una de esas madres que sean tan sociables. Es como una más del grupo.

- Sí - respondí. - Cuando en Semana Santa, Ana y su familia se fue, todos fuimos a jugar al TEG con ella solamente.

- Me contó Lucas que le quieres regalar un teclado a Ana - dijo, metiéndose un sandwich en la boca. - ¿No te parece muy costoso?

- No - dije, encogiéndome en hombros. - Es casi todo un mes de trabajo, pero vale la pena en última instancia. Lo que sucede es que estoy esperando la llamada de la madre de Ana que me confirme que nadie más le va a regalar una cosa así.

Desde hace dos semanas, a Ana se le dio por tocar el teclado. Ya aprendió a tocar la Marcha Nupcial, por lo menos la primera parte, y el Feliz Cumpleaños.

Todos estamos muy orgullosos por ella.

A Marcelo le llovían los mensajes de textos.

- Dejé mis cosas en la casa de tu vecina y traje sus llaves - comentó. - Ahora me está apurando para que regrese porque quiere entrar a dormir, así que terminemos rápido con todo esto y marchemos.

Estábamos hablando de la misma persona que hace un par de días atrás le practicó sexo oral a Lucas en la parte de atrás de su auto, pero no le comenté a Marcelo que yo disponía de esa información.

Nos fuimos y nos despedimos como siempre.

Esa noche yo todavía desconocía de la verdad que me escondió Marcelo en toda la velada.